Chernobyl Series – Capítulo 5 – Día 2 – Guardería de Chernobyl

Pasado este punto todo cambia, la zona, la cara del guía, mi percepción de donde estoy… aún no había visto nada de todo aquello que llevo años viendo en fotos y videos, bueno, sí, las señales «acojonantes» del peligro radioactivo, pero mi entusiasmo, como cual droga, necesitaba inminentemente otra dosis de realismo nuclear, necesitaba empezar a ver los efectos más devastadores del accidente y al fin ese momento llegó…

Aproximadamente a escasos 7 km de la central, Igor, mi curioso compañero de viaje, detiene su Chevy Lacetti blanco ante un monumento, otra escultura, ésta de un soldado, cuya placa rezaba… «Sueño eterno, héroes caídos en la batalla por la libertad», después de ver tantas estatuas, monumentos, esculturas, uno se hace pequeño ante tales heroicidades, aunque bueno, muchos de ellos eran jóvenes soldados que no sabían a lo que se enfrentaban, si la U.R.S.S. era tan opaca para el mundo exterior, imaginaros para sus propios ciudadanos, si estos chavales llegan a saber que morirían días, semanas o meses después del accidente, seguro que alguno se hubiera jugado un tiro por la espalda en su huida de aquel letal trabajo que les habían ordenado.

Pero lo impactante era lo que había detrás del aquel soldado eternamente dormido… la guardería de Chernobyl…

Igor me decía, «kindergarten, kindergarten», y me señalaba al fondo y al suelo, al fondo porque allí estaba la guardería de Chernobyl, que pasó de ser un angelical bullicio infantil a ser un silencio terrible y diabólico…

En la puerta me encuentro el primer «flash» del viaje, la muñeca cientos de veces fotografiada, esa muñeca tirada en el suelo, desnuda, la cual, de sus extremidades solo conservaba la pierna derecha, su pelo plateado, que después de tantos años se fundía con el barro radioactivo del suelo, su cuerpo rosado era un duro contraste con su rostro pálido, la muñeca, durmiente, pero con uno de sus ojos abiertos como si estuviera protegiendo a sus niños, donde ella desempeñaba su «trabajo», es la eterna vigilante de la guardería.

Junto a ella, símbolo femenino, estaba un pequeño camión de juguete, que a pesar de su estado de degradación por los años, la radiación y las inclemencias del tiempo parecía ser un camión-grúa, su parte inferior estaba semi enterrada, fruto de 30 años a la intemperie, aguantando lluvias, nevadas, fríos y calores, poco a poco, éstos fieles vigilantes acabaran siendo devorados por la naturaleza, lenta pero implacable.

Una vez fotografiados estos tétricos e históricos objetos, pongo mi cuerpo que ya había llegado a un estado de emoción y excitación muy altos, rumbo a la entrada de la guardería, ésta apenas se ve, esta toda cubierta por vegetación, de hecho debo agacharme y hacer algún quiebro para evitar si quiera tocar las ramas de los árboles, allí estaba la puerta, abierta, esperándome, una puerta azul de madera…

Cruzar su umbral fue algo difícilmente descriptible, no había habido un traslado, un desmantelamiento programado, planificado, todo estaba tal cual hace 30 años, con algunas marcas que deja el estúpido vandalismo, pero todo estaba casi listo para seguir dando clase, en el hall, había una especie de recordatorio floral típico de las funerarias, y no es para menos, muchos de estos niños acabaron muriendo de cáncer de tiroides.

El hall estaba oscuro, la vegetación y el día nublado apenas me ofrecían algo de luz, pero el flash de la cámara me regalaba a la vista imágenes impactantes, los libros, cuadernos, juguetes, triciclos sin ruedas, todo estaba por allí tirado o colocado en los estantes.

Una de las salas era una especie de cambiador o vestuario, donde habían pequeñas taquillas con un dibujo diferente en cada puerta, un niño tenía la taquilla «erizo», otro la «mariposa», «peonza», «pez», y así cada una con un dibujo para que cada alumno reconociera la suya, junto a estas taquillas había un casillero con unos ganchos, que imagino que sería donde los escolares colgaban sus abrigos, también correctamente identificados con dibujos.

En esta habitación estaban también los inodoros, adaptados a los escolares, las cisternas estaban al alcance de un niño y más o menos a la altura de la cintura de un adulto, junto a ellos una ventana, que como todas en la guardería era de color verde, pero no por que estuvieran pintadas, si no por la masa forestal que amenaza esta estancia desde el exterior.

Continuo mi paseo por la guardería y llego a la sala donde están las literas, sin colchones, retirados por temerarios saqueadores, solo quedaba alguna almohada, las literas con su tamaño infantil y todavía manteniendo un cierto orden eran bellas y espantosas a la vez, en esta habitación, rodeada de efectos para niños, y envuelta de un silencio atronador, me pare un momento, cerré los ojos y me paso una cosa muy curiosa, que repetí posteriormente en el viaje, no me fue nada difícil imaginarme y hacer a mi cerebro sentir el bullicio de una guardería, los niños correteando, jugando, chillando, algunos llantos entremezclados con risas y voces de las profesoras, subiendo y bajando de las literas, fue enternecedor, éste sitio conserva toda su magia, pasen los años que pasen, aquí el tiempo está detenido en abril de 1986.